Copyright: A.Villegas González. Abril 2012 Relato basado en hechos reales ocurridos durante el servicio de la AGT Canarias en Bosnia Herzegovina entre Abril y Octubre de 1.993
El día había empezado mal para la Sección cuando en la papeleta del servicio diario les tocó salir se escolta de protección de un “pez gordo”, algún político de visita, algún altísimo mando militar o algún mandamás de la organización cuya boina azul (o casco en este caso) portaban los soldados que desde muy temprano revisaban los motores de los “Bemeerres”, los fusiles, las municiones, los chalecos y demás equipo.
Andaban todos jodidos y enfurruñados pues resultaba que el “pájaro” de turno había solicitado que a la escolta española, asignada por ser aquella nuestra zona de responsabilidad, se sumasen un par de vehículos norteamericanos. Debió ser que el personaje en cuestión vería nuestros flamantes Nissan Patrol entoldados y diría que allí se montase Rita, que él quería uno de aquellos modernísimos y bestiales todo terrenos yanquis, los Hummer.
Así que el convoy sale desde Jablanica dirección norte, en dirección a un pueblo que se llama Gorni Vakuf y dónde se daban de hostias unos y otros sin descanso ni miramientos, y los españoles allí en medio, toma valle del Neretva y la madre que lo parió. La cosa marcha como siempre, que si disparan a los vehículos, que si por allí caen bombazos de mortero, que si ojo no asome vuecencia la gaita, hasta algún camarada es herido y curado sobre la marcha y “tira pálante, que esto no es ná cohones”
Avanzan los vehículos por la difícil carretera y los que van dentro de los Nissan miran con mucha envidia las puertas de sólida chapa de los “Humvees” y luego acarician la lona del vehículo español, “Toldos Cuenca” pone en un cartelito, y con la vieja resignación hispana y el no más viejo humor se descojonan de la risa: - Pos no tienen que llevá caló ni ná ésos ahí metidos - Yo prefiero el Nissan - ¡Donde va a comparar compadre! Y los hombres que van en la caja, clavándose el afuste de la radio, los hierros de la lona y sujetándose con las rodillas como pueden sonríen y reparten tabaco entre ellos, justo cuando un pepinazo cae cerca y hace que la lona del vehículo se estremezca y los hierros suenen que ni una bailaora en un tablao de Sevilla: ¡Taclataclaclactlaclaclacclac!- con las suspensiones rebotando y el teniente que va delante acordándose de los Japoneses, del ministerio y de la madre que parió a encargado de compras y material.
Entonces de repente el convoy se detiene, se activan las alertas, se despliegan los hombres, ¿qué pasa?, ¿qué pasa?... Resulta que a uno de los vehículos norteamericanos se le ha pinchado unos de sus neumáticos, gordos, sólidos y teóricamente semiblindados. Allí está el caucho desparramado sobre el asfalto y el conductor mirándolo con cara de no saber siquiera que el cacharro aquel tenía ruedas. Dentro un oficial yanki agarra la radio y empieza a transmitir coordenadas y novedades, se le ve muy serio y compungido: - ¡Houston, tenemos un problema…! El oficial español que parla inglés que le escucha y comunica al convoy la noticia de que hay que esperar pues los norteamericanos han solicitado, “por avería grave” el cambio de vehículo y están preparando en su base el helicóptero, un “Chinook” nada más y nada menos, para los legos en materias militares el helicóptero en cuestión es ése negro y enorme de dos rotores y del que suelen colgar cosas como camiones o cañones: - ¿Y cuanto hay que esperar mi teniente?- pregunta un Legionario con barba de varios días, descamisado y con el chaleco antifragmentos abierto, se le ve al hombre cansado, con ojeras y como se dice en España, hasta los mismos cojones. - Pues un par de horas lo menos… Mientras preparan y arrancan y pitos y flautas… - ¡vaya putada mi teniente!, hoy había celebración de cumpleaños del cabo Rogelio… - ¡Es verdad!, pero hay que joderse, ya sabéis, España nos mira y eso… - ¿Y por qué no cambian la rueda mi teniente? La pregunta es tan obvia que resulta casi estúpida, pero todos se miran asombrados y se ponen en pie, sonrientes. ¡Seremos gilipollas!, se dicen y el teniente que parla hereje les dice a los norteamericanos que oye, que eso que cuelga del bastidor es otra rueda y que se pone sustituyendo a la otra y listo. Pero los yanquis se miran unos a otros con cara de haba: - ¿What? - ¡Que la rueda desnortaos! Pero los soldados yanquis no mueven un músculo.
Y las horas empiezan a pasar lentas, muy lentas, y los legías venga mirar el reloj y en la base el cabo Rogelio destapando la primera botella de “Yonigualquer”, y entonces se levanta uno, flaco, desgarbado, con un cigarro entre los labios y se queda mirando la rueda pinchada: - ¡Mi teniente permiso pa cambiar la rueda! - Estos no traen la llave de ruedas de pulgadas. - Eso lo arreglo yo si me da usted permiso… El teniente se acerca al oficial aliado y le comenta el plan, que esto lo arreglamos nosotros y así nos quitamos de esa posición tan expuesta y tal y tal. El otro accede no sin antes advertir al oficial español la diferencia de medida entre ellos y los atrasados europeos que usan el sistema métrico decimal y que por tanto las herramientas que traen en dotación los españoles no sirven: - ¡Nema Problema amigo!, en dotación los españoles traemos también el ingenio- dice sonriente el español, a su espalda se oye un grito anónimo. - ¡Y los cojones mi teniente! El legionario flaco y con cara de pícaro agarra una llave fija de medida superior al tornillo del “Humvee”, luego con un destornillador plano ocupa el espacio que quedaba y empieza a apretar con fuerza. Los norteamericanos se quedan patidifusos cuando se escucha el seco ¡Clac! del primer tornillo cediendo: - ¿WHAAAATTTTT? Y más de piedra se quedan cuando los compañeros del legionario se turnan para aflojar los tornillos del vehículo, meter el gato de un Nissan, que apenas puede levantar al mastodonte americano, quitar el neumático pinchado y poner el otro. Los norteamericanos no ha dejado de tomar notas en ningún momento, todos con sus lapicitos y cuadernitos con el sello del US ARMY. Y mientras el “pez gordo” que ha visto toda la operación sin abrir la boca decide que el viaje de regreso lo hará en uno de aquellos destartalados Nissan españoles que serán más inseguros e incómodos, pero que seguramente le llevarán a donde quiera ir sin tener que esperar un helicóptero, no porque resulten mejores vehículos, todo lo contrario, sino porque resulta que los tíos aquellos mal afeitados, mal encarados, que rumiaban en español palabras que al “pez gordo” le sonaban fatal, resulta que son los más avispados soldados de toda la Unprofor, los únicos capaces de sacarle de un atolladero con un destornillador y una llave grande.
Y así el convoy regresa sin más novedad a la base y sin más bajas que una rueda semiblindada de “Humvee” tirada en una curva de la M-16 cerca del pueblo de Gorni Vakuf, en el valle del Neretva. Seguro que si la rueda es española, allí no se queda. Y el cabo Rogelio pudo celebrar su cumpleaños junto a sus camaradas que se pegaron toda la noche partiéndose el pecho de risa mientras se imaginaban el “Chinook” a medio camino recibiendo la noticia: - Charlie uno, Charlie uno, aquí base… - Aquí Charlie uno, cambio… - Regrese de inmediato, misión cancelada, cambio… - ¿Motivo? - Un soldado aliado que según mensaje recibido del mando español “estaba hasta los cojones de esperar” - Ok, Roger, regresando a base, Charlie uno cierro…